10 julio 2006

ARCIMBOLDO: EL ARTISTA DE LOS BODEGONES HUMANOS




Pintor manierista italiano, cuyas grotescas composiciones alegóricas (grutescos) parecen anunciar el arte surrealista del siglo XX. Comenzó realizando diseños para ser reproducidos en tapices y vidrieras y utilizados en la catedral de Milán. En 1562 se trasladó a vivir a Praga y después a Viena, donde trabajó como pintor en la corte de los Habsburgo.

Arcimboldo inventó un estilo de retrato en el que los rostros estaban compuestos por agrupaciones de animales, flores, frutas y toda clase de objetos. Algunos son retratos satíricos de personajes de la corte y otros son retratos alegóricos, destacando La primavera (1563) y El verano (1573). Sus obras fueron consideradas piezas curiosas populares y no adquirieron su justo valor artístico hasta que los surrealistas redescubrieron el juego visual. Sus obras fueron también fuente de inspiración de Salvador Dalí.

Seguramente no figurará en ninguna lista de los grandes maestros de la pintura, a no ser que se tratara de artistas extravagantes y creativos. Giuseppe ArcimboldO, nacido en Milán (1527) fue el creador de un género hasta entonces desconocido, el bodegón antropomórfico: retratos construidos mediante la acumulación de objetos relacionados con el motivo que se plasma.

Fernando de Baviera le encargó en 1551 pintar una serie de escudos, y más tarde, cuando fue coronado emperador como Fernando I lo reclamó a Viena y lo nombró Hof-Conterfetter (Retratista de la Corte). No solamente hizo retratos, también diseñó la pompa para las fiestas, torneos, juegos, nupcias y coronaciones. Su imaginación no tenía límites y según parece el emperador le recompensó “con una paga honorable y le demostró de muchas maneras el afecto que sentía por él”.

Sus primeros bodegones antropomórficos fueron una serie de las cuatro estaciones. Pudo haberse inspirado en las grotescas creaciones del Bosco o de Brueghel. Otros opinan que no dejan de ser un juego, o simples bromas. Algunos piensan que el significado de estos cuadros, dada la gran erudición del artista, son plasmaciones de las teorías de Aristóteles: un microcosmos de objetos configurando un macrocosmos. Estas obras, por otra parte, son las que se conservan del artista, pues su producción convencional para la corte imperial ha desaparecido.

Con la llegada al trono de Maximiliano II las atribuciones de Arcimboldi se incrementaros ya que aconsejaba al soberano en materia de arquitectura e ingeniería hidráulica. En pintor siguió explotando el camino empezado con las cuatro estaciones e hizo lo propio con los cuatro elementos: El aire es un busto confeccionado de aves; el fuego con velas, lámparas o piezas de cañón; el agua con peces; y la tierra con mamíferos. Por los documentos de la corte sabemos las cantidades extraordinarias que percibía de la misma, aunque poco se sabe de su vida privada. Un dato revelador, tuvo un hijo, Benedicto, sin estar casado y que el propio Maximiliano II legitimó.

Aún tendría ocasión de trabajar para su tercer patrón imperial, Rodolfo II, aquejado de melancolías y que hoy sería diagnosticado, sin duda, como depresivo. Entre los dos se desarrolló una simbiosis singular, ya que encajaban perfectamente el universo fantástico del pintor y la obsesión del emperador por todo lo raro y enigmático.

Los poderosos del renacimiento disponían en sus palacios de un espacio dedicado a atesorar los objetos más raros relacionados con el arte o la ciencia, y uno de los cometidos de Arcimboldo era obtener esos objetos que Rodolfo II pretendía atesorar.

Cercano ya a la edad de sesenta años el artista añora su tierra pues quería morir en Milán, pero el emperador le denegaba el permiso una y otra vez. Por fin en 1587 el pintor pudo regresar a su patria con la promesa de que continuara pintando para el soberano. Murió en 1593.

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